05 febrero, 2006

El lector-Bernhard Schlink

Un chico de quince años conoce fortuitamente a una mujer de 36, con la que sostiene una relación amorosa durante un tiempo. Con un ritual ciertamente extraño para el adolescente (Ella lo ducha lentamente, después le pide que le lea libros, después hacen el amor) o por lo menos incomprensible, tanto como ella, los días y las semanas pasan para Michael, cada día más enamorado pero también cada día más perplejo ante las diversas reacciones de su amada. Y así, un día, con uno de esos arrebatos incomprensibles para el joven, Hanna, la mujer, desaparece. Él se siente traidor, culpable, cree que la desaparición de Hanna de su vida se debe, precisamente, a que él intentaba dejarla fuera lo más posible, la escondía y en el fondo, quizá, se avergonzaba de ella.
Pasan algunos años y Michael, marcado por su relación precoz, estudia Derecho y entra a un seminario en el que los alumnos presenciarán en vivo un juicio contra cinco mujeres acusadas de crímenes de guerra. Estas mujeres eran guardianas de un campo de concentración nazi y fueron las encargadas de trasladar a las mujeres judías a su cargo durante la marcha del oeste, sin embargo, un incendio en la iglesia donde se refugiaban durante una noche acabó con la vida de casi todas ellas, con excepción de una mujer y su hija, únicas víctimas-testigos del caso. A las cinco guardianas se les acusa de no haber abierto las puertas de la Iglesia para que las mujeres pudieran salvar su vida. Cuatro de las guardianas señalan a una de ellas como la principal responsable. Es Hanna, la ex amante de Michael, el cual acude al juicio con una avidez y constancia que extraña a sus compañeros.
Es una novela corta, escrita en una primera persona (Michael) que nos hace sentirnos más como leyendo un testimonio, una confesión, un diario. Son los recuerdos de un hombre, recuerdos sobre una mujer que quizá fue la única a la que amó (es una de las grandes interrogantes que se plantea Michael a lo largo de su vida), una mujer a la que se mantuvo atado de una manera u otra a pesar de todo, una confesión desgarradora sobre la conciencia de un hombre que se cree obligado a sentirse mal por el pasado de sus padres, de su pueblo, sin embargo, busca y busca ese remordimiento dentro de sí mismo sin encontrar nada, solo una mirada desapegada, embrutecida, empañada, una incomprensión y una contradicción muy compleja de sentimientos.
Michael siente, ante la propia Hanna y su relación, una especie de vergüenza, rencor y al mismo tiempo culpabilidad. Lo mismo siente ante los hechos de los que se le acusa a Hanna, y por tanto, de los hechos ocurridos en la guerra contra los judíos. Siente vergüenza y culpabilidad, o quizá cree que debería sentirlo, pero no lo siente. Es probable que lo que siente, o deja de sentir Michael nos pase a todos, alemanes o no, judíos o no, ante las atrocidades que sucedieron antes de que nacieramos. Y quizá nos sigue pasando ante lo que sucede pero no tocamos (Irak, Palestina, etc.). Es un dilema moral y filosófico que no tiene salida, porque contradice sentimientos y razón. Algo nos dice que deberíamos sentirnos mal por todo lo que pasa ante nuestros ojos (y es que ahora todo sucede, literalmente, gracias a la televisión, ante nuestros ojos) pero lo olvidamos tan rápido que luego nos sentimos culpables de no sentirnos culpables. Díficil. En La insoportable levedad del ser, Milan Kundera habla del eterno retorno y pone precisamente a Hitler como ejemplo. ¿Cómo es posible condenar algo fugaz?, se pregunta Kundera. En la idea del eterno retorno, de Nietzche, la perspectiva de las cosas aparece de un modo distinto a como las conocemos, plantea Kundera; aparecen sin la circunstancia atenuante de su fugacidad. El simple hecho de que el exterminio judío a manos de los alemanes hubiera sucedido una vez, y esa vez esté ya lejana a nosotros, diluye los sentimientos de horror. En el eterno retorno, la idea de un Hitler matando judíos una y otra vez, hasta el infinito, provoca la repulsión que creemos debería provocarnos el hecho cometido una sola vez. "El crepúsculo de la desaparición lo baña todo con la magia de la nostalgia; todo, incluida la guillotina". Esta frase de Kundera puede aplicarse perfectamente, por ejemplo, a la visita que hace Michael al campo de concentración de Struthof. Michael viajó hasta ahí para ver de cerca el escenario, pensando que eso le ayudaría a conmoverse como creía que debía hacerlo, como su moral le indicaba que debía conmoverse. Michael lo describe así:
"Lo intenté de verdad. miré un barracón, cerré los ojos y alineé mentalmente toda una fila de barracones.Medí con mis pasos una de aquellas construcciones, calculé con la ayuda del folleto informativo el número de prisioneros que debían de ocuparla e intenté imaginarme la estrechez que reinaría allí. Sabía que los prisioneros formaban para la revista justo en aquellos escalones que separaban los barracones, y los llen´de desde el extremo inferior hasta el extremo superior del campo con espaldas alineadas en hileras. Pero todo fue inútil, y tuve una sensación de lamentable y vergonzoso fracaso". Y más adelante, también dice: "En mi primera visita estuve rondando por el terreno del campo de concentración hasta que lo cerraron. Luego me senté al pie del monumento que se encuentra por encima del campo y estuve contemplándolo desde allí. Sentía dentro de mí un gran vacío, como si aquellas imágenes que me faltaban no hubiera estado buscándolas fuera de mí, sino en mi interior, y ahora viera que dentro de mí no había nada".
La sinceridad es una de las ventajas de Michael, sinceridad implacable ante sí mismo, ante el espejo, no ante los demás. Pero yo me pregunto, además, si el hecho de despegarse de ese pasado, ayudaba a Michael a despegarse, por tanto de lo que Hanna había hecho y a perdonarla. También él tenía sus dudas. Quería comprenderla para perdonarla, pero no podía ni comprenderla del todo, ni tampoco se sentía que debía perdonarle algo.
Lo cierto es que Michael, a través de su vida, continúa atado a Hanna, ya en la tercera parte del libro, y descubierto el secreto de Hanna (el secreto que pudo salvarla de la cárcel), mantiene una comunicación con ella de manera indirecta, como si quisiera dar rodeos y no enfrentarse, como si no se atreviera a plantarse delante de ella pero tampoco olvidarla totalmente (otra de las ambigüedades e indecisiones de las que Michael es consciente pero no es capaz de resolver). Michael decide que continuará siendo el lector de Hanna y le manda cintas grabadas con libros a la cárcel durante los 18 años que Hanna pasa en ella. Ese es el único lazo que Michael es capaz de tender, pero le parece, durante un tiempo suficiente, aunque luego vuelva a sentirse culpable por ello.
Es una novela corta pero intensa, íntima en el sentido de que presenciamos las contradicciones de Michael, su evolución, sus dudas, sus miedos, su tremenda sinceridad. Una novela en la que sólo existe Michael y su interior, y con ella, su intento de arañar, de penetrar en el interior de Hanna, cosa que al parecer, nunca logra, por lo que sólo sabemos de ella a través de él, y con él asistimos a la frustración de no entender, de no saber, de no poder intuir que es lo que pasa por la mente y por el corazón de Hanna.