29 octubre, 2005

El paciente inglés (Michael Ondaatje)

Es la historia de cuatro personas muy distintas entre sí, aisladas del mundo en una vieja y destruida finca, a finales de la segunda guerra mundial. Hana, una joven enfermera empeñada en cuidar a un misterioso hombre prácticamente calcinado, un zarpador en su interminable búsqueda de bombas, y de un sentido de la vida, de la guerra; y un ladrón que es una especie de padre adoptivo de Hana. La historia, sin embargo, parece desarrollarse muy lejos de esa casa perdida al norte de Italia, se traslada constantemente al desierto, es en África donde parece que se pueden encontrar respuestas sobre la identidad del paciente que dice ser inglés. Las descripciones del desierto son poéticas, minuciosas, así como las escenas que describen el trabajo del hindú Kip, el zapador siempre viviendo al límite, siempre pensando que queda sólo un segundo para volar por los aires.

A diferencia de la película, la historia de amor entre el paciente y Catherine no parece ser el punto crucial de esta novela, que se centra mucho más tanto en la personalidad como en los sentimientos del Kip, lo cual sirve, para mi gusto, como pretexto del autor para establecer las diferencias entre Oriente y Occidente, y con ello, entre la paz y la guerra.
Por lo general, los libros que leo me parecen mucho mejores que sus películas, y en algunas contadas excepciones, me emociona descubrir que la película está exactamente a la altura del libro y que ambas son dos obras de arte comunicantes pero independientes (ya escribiré sobre algunas de ellas) que pueden gustar por igual, o gustar una más que la otra, pero que ambas tienen la relación de calidad suficiente como para hacerte adicto a ambas. Sin embargo, por primera vez, me enfrenté a un libro que parece mucho menor que la película que surgió de él. Un libro prescindible, para una película única, preciosa e imprescindible.
Aún así, me llegué a encariñar con Kip.