27 septiembre, 2006

CERRADO POR CAMBIO DE DOMICILIO

Ahora, poco a poco, los textos que se encuentran aquí se mudarán a:
http://www.librodearena.com/elmorraldelamagga

Después de que cada libro de este morral esté en su nuevo espacio, procederé a meter nuevos libros en el morral, porque la estantería ya se desborda.


Saludos

18 marzo, 2006

El curioso incidente del perro a medianoche

No crean que he dejado de leer, pero es díficil llevar el mismo ritmo de escritura que de lectura. De hecho, tengo una larga lista de libros por reseñar, pero no los reseño porque estoy leyendo otros.
Pero de este libro vale la pena hablar. Es de esos pequeños libritos que lees en un dos por tres, y cuando das vuelta a la última página, una o dos horas después de haber leído la primera, te arrepientes de terminar de leerlo tan rápido. Me quedé con esa sensación de alegría y al mismo tiempo insatisfacción que da a veces salir bruscamente de un mundo que te atrapó y absorbió desde el principio. Es una novela diferente.

Hay que decir que, para empezar, es diferente porque su protagonista y narrador, es diferente. Christopher es un chico de 14 o 15 años que no es como cualquier chico adolescente de su edad. A Chris le cuesta mucho trabajo relacionarse con el exterior. La gente habla a veces "con metáforas" y a Chris no le gustan las metáforas, son complicadas. También habla con mentiras y a Chris no le gustan las mentiras. Los estímulos externos se le agolpan demasiado rápida y bruscamente, y no le da tiempo a procesarlos. El lo explica muy bien, al decir que es como un ordenador (pc) que se queda colgado y luego hay que dar reset para que vuelva a funcionar. Y además, no entenderse o no entender a los demás, le pone muy muy nervioso, puede llegar a ser incluso violento. Chris es un chico autista. En lo interno, funciona con una lógica apabullante. Por eso le gustan y se le facilitan mucho las matemáticas, en las que encuentra tanto respuestas como refugio (cuando algo va mal "fuera", Chris imagina números primos o eleva el no, 2 a la "n" potencia)

Chris empezó a escribir este relato porque su maestra y amiga se lo sugirió. Él quiere escribir una novela de detectives (es admirador de Sherlock Holmes), y nada mejor que comenzar su historia la noche en que encontró al perro de su vecina muerto en el jardín. Chris decidió que indagaría quien mató al perro, y durante su investigación comienzan a revelarse muchos secretos que el barrio guarda (al estilo Wisteria Lane) y que podrían afectar incluso la vida del propio Chris y que quizá descubrirlos le resultará muy díficil de manejar.

Chris vive con su padre. Su madre murió hace dos años, y Chris va a una escuela especial (donde "los niños son idiotas, aunque no pueda decir que son idiotas") pero tiene muy claro hasta donde quiere llegar. Chris hará examenes de matemáticas y física para entrar a la Universidad y está dispuesto a sacar un notable a pesar de las dudas de consejeros y otras personas de la comunidad educativa. Pero el incidente del perro, ocupará sus próximos días, y es muy probable que incluso cambie su vida.

Este libro es de esos que de verdad me entusiasman, que podría volver a leer muchas veces, sin perder la emoción. Chris es un personaje entrañable y a veces, como a todos los que somos "normales", me resultaba exasperante. Pero entrar en sus pensamientos ayuda a entender un poco más no solo a Chris, sino a nosotros, esos "normales" que andamos por la vida creyendo que tenemos la verdad y que sabemos comunicarnos. Quizá muchos descubramos los secretos del barrio mucho antes que Chris, pero aún así, el momento de la revelación para el protagonista resultará conmovedor y emocionante.

Leanlo! De verdad, aprenderán mucho de sí mismos y de este mundo que nos rodea, porque estamos tan acostumbrados a el, que verlo con nuevos ojos nos hará redescubrirlo, y quizá nos encontremos con grandes sorpresas, como le pasó a Chris.

08 febrero, 2006

E huerto de mi amada-Bryce Echenique

Pues me voy a contradecir. O desdecir. O algo parecido. Días después de mi comentario sobre el Premio Planeta, leí uno, el del año 2002, y me divertí muchísimo. Es una novela divertidisima. Creo que escribir novelas divertidas es todo un reto, algo más díficil de crear que de leer. Después de todos, muchos escribimos gracias a nuestros demonios. Así que escribir de una manera ligera, fresca y que además arranque carcajadas continuas me parece complícadísim0.

El maestro para hacer reir, creo que es, de este lado del acá, Eduardo Mendoza. Del lado de allá lo era Jorge Ibargüengoitia. No he leído mucho más de Bryce Echenique, pero esta novela creo que entra dentro de la tradición de las risas fáciles junto con las de Mendoza e Ibargüengoitia.

Carlitos Alegre es un joven distraído, devoto, buen hijo y con buena ortografía. Es un casi adolescente del que sus padres esperan un brillante futuro. Pero se enamora de una mujer divorciada y muchos, muchos años mayor que él, pero hermosa, quizá la más hermosa heredera de la sociedad limeña, Natalia de Larrea. En medio de un gran escándalo, en plena fiesta donde se congrega la crema y nata, Natalia y Carlitos se escapan a la casa de campo de ella. Ahí vivirán su romance al margen de las habladurías, de los enfados, de las familias. En términos estrictos, esto podría ser un secuestro de un menor de edad, pero ni Carlitos ni Natalia se dan por aludidos. A pesar del estruendo y la pasión de su romance, Carlitos mantendrá su inocencia, su forma tan...distraída de ver la vida, su sincera bondad y confianza en el ser humano. Nadie da un peso por la pareja, pero en el huerto de la amada Carlitos encontrará el refugio perfecto donde madurar, donde crecer. Y las cosas no serán llamarada de petate. Aquí hay tomate, señores.

05 febrero, 2006

El lector-Bernhard Schlink

Un chico de quince años conoce fortuitamente a una mujer de 36, con la que sostiene una relación amorosa durante un tiempo. Con un ritual ciertamente extraño para el adolescente (Ella lo ducha lentamente, después le pide que le lea libros, después hacen el amor) o por lo menos incomprensible, tanto como ella, los días y las semanas pasan para Michael, cada día más enamorado pero también cada día más perplejo ante las diversas reacciones de su amada. Y así, un día, con uno de esos arrebatos incomprensibles para el joven, Hanna, la mujer, desaparece. Él se siente traidor, culpable, cree que la desaparición de Hanna de su vida se debe, precisamente, a que él intentaba dejarla fuera lo más posible, la escondía y en el fondo, quizá, se avergonzaba de ella.
Pasan algunos años y Michael, marcado por su relación precoz, estudia Derecho y entra a un seminario en el que los alumnos presenciarán en vivo un juicio contra cinco mujeres acusadas de crímenes de guerra. Estas mujeres eran guardianas de un campo de concentración nazi y fueron las encargadas de trasladar a las mujeres judías a su cargo durante la marcha del oeste, sin embargo, un incendio en la iglesia donde se refugiaban durante una noche acabó con la vida de casi todas ellas, con excepción de una mujer y su hija, únicas víctimas-testigos del caso. A las cinco guardianas se les acusa de no haber abierto las puertas de la Iglesia para que las mujeres pudieran salvar su vida. Cuatro de las guardianas señalan a una de ellas como la principal responsable. Es Hanna, la ex amante de Michael, el cual acude al juicio con una avidez y constancia que extraña a sus compañeros.
Es una novela corta, escrita en una primera persona (Michael) que nos hace sentirnos más como leyendo un testimonio, una confesión, un diario. Son los recuerdos de un hombre, recuerdos sobre una mujer que quizá fue la única a la que amó (es una de las grandes interrogantes que se plantea Michael a lo largo de su vida), una mujer a la que se mantuvo atado de una manera u otra a pesar de todo, una confesión desgarradora sobre la conciencia de un hombre que se cree obligado a sentirse mal por el pasado de sus padres, de su pueblo, sin embargo, busca y busca ese remordimiento dentro de sí mismo sin encontrar nada, solo una mirada desapegada, embrutecida, empañada, una incomprensión y una contradicción muy compleja de sentimientos.
Michael siente, ante la propia Hanna y su relación, una especie de vergüenza, rencor y al mismo tiempo culpabilidad. Lo mismo siente ante los hechos de los que se le acusa a Hanna, y por tanto, de los hechos ocurridos en la guerra contra los judíos. Siente vergüenza y culpabilidad, o quizá cree que debería sentirlo, pero no lo siente. Es probable que lo que siente, o deja de sentir Michael nos pase a todos, alemanes o no, judíos o no, ante las atrocidades que sucedieron antes de que nacieramos. Y quizá nos sigue pasando ante lo que sucede pero no tocamos (Irak, Palestina, etc.). Es un dilema moral y filosófico que no tiene salida, porque contradice sentimientos y razón. Algo nos dice que deberíamos sentirnos mal por todo lo que pasa ante nuestros ojos (y es que ahora todo sucede, literalmente, gracias a la televisión, ante nuestros ojos) pero lo olvidamos tan rápido que luego nos sentimos culpables de no sentirnos culpables. Díficil. En La insoportable levedad del ser, Milan Kundera habla del eterno retorno y pone precisamente a Hitler como ejemplo. ¿Cómo es posible condenar algo fugaz?, se pregunta Kundera. En la idea del eterno retorno, de Nietzche, la perspectiva de las cosas aparece de un modo distinto a como las conocemos, plantea Kundera; aparecen sin la circunstancia atenuante de su fugacidad. El simple hecho de que el exterminio judío a manos de los alemanes hubiera sucedido una vez, y esa vez esté ya lejana a nosotros, diluye los sentimientos de horror. En el eterno retorno, la idea de un Hitler matando judíos una y otra vez, hasta el infinito, provoca la repulsión que creemos debería provocarnos el hecho cometido una sola vez. "El crepúsculo de la desaparición lo baña todo con la magia de la nostalgia; todo, incluida la guillotina". Esta frase de Kundera puede aplicarse perfectamente, por ejemplo, a la visita que hace Michael al campo de concentración de Struthof. Michael viajó hasta ahí para ver de cerca el escenario, pensando que eso le ayudaría a conmoverse como creía que debía hacerlo, como su moral le indicaba que debía conmoverse. Michael lo describe así:
"Lo intenté de verdad. miré un barracón, cerré los ojos y alineé mentalmente toda una fila de barracones.Medí con mis pasos una de aquellas construcciones, calculé con la ayuda del folleto informativo el número de prisioneros que debían de ocuparla e intenté imaginarme la estrechez que reinaría allí. Sabía que los prisioneros formaban para la revista justo en aquellos escalones que separaban los barracones, y los llen´de desde el extremo inferior hasta el extremo superior del campo con espaldas alineadas en hileras. Pero todo fue inútil, y tuve una sensación de lamentable y vergonzoso fracaso". Y más adelante, también dice: "En mi primera visita estuve rondando por el terreno del campo de concentración hasta que lo cerraron. Luego me senté al pie del monumento que se encuentra por encima del campo y estuve contemplándolo desde allí. Sentía dentro de mí un gran vacío, como si aquellas imágenes que me faltaban no hubiera estado buscándolas fuera de mí, sino en mi interior, y ahora viera que dentro de mí no había nada".
La sinceridad es una de las ventajas de Michael, sinceridad implacable ante sí mismo, ante el espejo, no ante los demás. Pero yo me pregunto, además, si el hecho de despegarse de ese pasado, ayudaba a Michael a despegarse, por tanto de lo que Hanna había hecho y a perdonarla. También él tenía sus dudas. Quería comprenderla para perdonarla, pero no podía ni comprenderla del todo, ni tampoco se sentía que debía perdonarle algo.
Lo cierto es que Michael, a través de su vida, continúa atado a Hanna, ya en la tercera parte del libro, y descubierto el secreto de Hanna (el secreto que pudo salvarla de la cárcel), mantiene una comunicación con ella de manera indirecta, como si quisiera dar rodeos y no enfrentarse, como si no se atreviera a plantarse delante de ella pero tampoco olvidarla totalmente (otra de las ambigüedades e indecisiones de las que Michael es consciente pero no es capaz de resolver). Michael decide que continuará siendo el lector de Hanna y le manda cintas grabadas con libros a la cárcel durante los 18 años que Hanna pasa en ella. Ese es el único lazo que Michael es capaz de tender, pero le parece, durante un tiempo suficiente, aunque luego vuelva a sentirse culpable por ello.
Es una novela corta pero intensa, íntima en el sentido de que presenciamos las contradicciones de Michael, su evolución, sus dudas, sus miedos, su tremenda sinceridad. Una novela en la que sólo existe Michael y su interior, y con ella, su intento de arañar, de penetrar en el interior de Hanna, cosa que al parecer, nunca logra, por lo que sólo sabemos de ella a través de él, y con él asistimos a la frustración de no entender, de no saber, de no poder intuir que es lo que pasa por la mente y por el corazón de Hanna.

19 diciembre, 2005

Norwegian Wood (Tokio Blues) Haruki Murakami

La transición de unos adolescentes a la edad adulta, a la plenitud de la vida, resulta ser más bien un enfrentamiento, un paseo que tiene a la muerte como compañera. "A partir de la noche en que murió Kizuki, fui incapaz de concebir la muerte (y la vida) de una manera simple. La muerte no se contrapone con la vida. La muerte había estado implícita en mi ser desde un principio. Y éste era un hecho que, por más que lo intenté, no pude olvidar". Esta frase que dice Watanabe, el narrador, al principio de la novela, podría ser la síntesis, el resumen de las páginas siguientes, la conclusión de las historias, (la suya y la de sus amigos) que nos irá revelando durante la lectura. Es el viaje particular de un chico en el proceso de integración muerte/vida.
En este mismo proceso se encuentran Naoko y Midori, las protagonistas femeninas, y ambas reflejan los caminos contrarios que Watanabe podría seguir, tanto de vida, como de la aceptación e integración de la muerte. Naoko, a la que su conocimiento de ambas, muerte y vida, la deja pisando territorios frágiles, terrenos movedizos y herramientas raquíticas para enfrentarse a su vida. Naoko paga con la cordura este enfrentamiento, y se interna en caminos lejanos a la realidad. En cambio a Midori sus paseos con la muerte la fortalecen, le inyectan aún más energía, más vida, la impulsan. El sexo, más que un refugio real y tangible, es una fantasía que la evade de la muerte que respira y vive a su alrededor, demasiado cercana para vadearla, demasiado concreta para negarla. En cambio para Naoko el sexo es algo imposible, el cordón que podría aferrarla a la realidad y a la vida, pero que es incapaz de asir.
"Estaba en la plenitud de la vida y todo giraba en torno a la muerte", cuenta Watanabe recordando aquellos lejanos años, quizá convencido ahora, veinte años después, de que es un verdadero superviviente.
Continuamente leemos en las noticias, escuchamos en la radio, vemos por televisión, el aumento en la tasa de suicidios entre los jóvenes japoneses, pero todo queda en una mera estadística, como las de la guerra, como las de los desastres naturales. No conocemos su vida, ni sus razones para terminarla. Esta novela, más que un acercamiento a los jóvenes que deciden terminar con su vida, es un acercamiento a los otros, a los que se quedan, a los que deciden quedarse (pues aquí la muerte es, más que un suceso inevitable, es una decisión), a los que intentan comprender por qué e intentan encontrar un sentido. La sensación que queda a los que sobreviven es la de estar en un pozo profundo y oscuro, en el que cada muerte acumulada a sus espaldas hundirá más. Son como fichas de dominó empujadas una por la otra, en una sucesión continua e interminable. El reto es romper, empujar hacia arriba. El reto es quedarse. Vivir.
Watanabe intenta comprender, a la vez, sus propias razones para vivir y las razones de su amigo Kizuki para dejar de hacerlo(y las de Naoko, y las de Hatsumi, y quizá, en el fondo, se preguntará también las de tropa-de-asalto, su compañero de cuarto, del que sólo sabemos que un día no volvió a clase ni al dormitorio, y dadas las circunstancias, parece natural suponer que también se ha suicidado, aunque no se menciona claramente).
Midori es el mejor asidero que Watanabe puede encontrar para escoger la vida. Midori no se pregunta, no intenta comprender nada, solamente vive e intenta hacerlo intensamente. Naoko intenta aferrarse a la vida navegando por el tormentoso mar, profundo y tenebroso de la locura y de las muertes de su novio y su hermana, pero terminará por naufragar.
El título original de esta novela es Norwegian Wood, una canción de los Beatles que a Naoko le gustaba mucho, sin embargo, en España se le dio el título de Tokio Blues, que a muchos no gustó, pero que a mi me pareció adecuado, pues la vida de cada uno de sus protagonistas es una triste canción de blues que tiene como fondo, como escenario, una ciudad grandiosa, tremenda, y al parecer llena de historias de vidas tristes y muertes decididas, en las que parecería que la soledad es casi siempre, compañera inseparable de la muerte, pero también de la vida.
Norwegian Wood
(this bird has flown)
I once had a girl,
Or should I say she once had me?
She showed me her room
Isn´t it good Norwegian Wood?
She asked me to stay
And she told me to sit anywhere
So I looked around
And I noticed there wasn´t a chair.
I sat on a rug biding my time
Drinking her wine
We talked until two
And then she said "it´s time for bed".
She told me she worked in the morning
And started to laugh.
I told her I didn´t
And crawled off to sleep in the bath.
And when I awoke, I was alone,
This bird had flown.
So I lit a fire,
Isn´t good, Norwegian Wood?

20 noviembre, 2005

Café Nostalgia-Zoé Valdés

Café Nostalgia tiene dos escenarios principales, La Habana y París (“París ha sido mi cuartel, La Habana mi idilio”, dice Marcela, la protagonista) y básicamente es la vida y los recuerdos de una exiliada a la que le angustia la fama, que se esconde de ella y a veces, también, de los sentimientos de culpa que la persiguen, debido a un pasaje dramático que vivió durante su adolescencia. Pero ese pasado continúa ahí, tocando su puerta, (por más que ella se esconda y se refugie en la literatura de Proust) encarnado en Samuel, otro exiliado cubano algunos años menor que ella y que acaba de salir de la isla, refrescando toda su vida en Cuba y cuestionando su vida en París. La vida de Marcela es también la vida de sus amigos, de las decisiones de cada uno por permanecer en “aquella isla” o salir de ella, de sus relaciones muchas veces telefónicas, de su miedo a enviarles las cartas que les escribe, de las costumbres que todo “aquel-isleño” lleva cargando a cuestas por el mundo, como un caracol, de los olores y sabores de la Habana que permanecen en ellos a pesar de la distancia. La historia de Marcela y sus amigos es la búsqueda de un lugar en el mundo donde poder sentirse como en casa, sabiendo de antemano que eso no sucederá más en un lugar: el que han decidido dejar atrás. No he leído otros libros de Zoé Valdés sobre el mismo tema (Sólo he leído Lobas de Mar) y si bien este libro no se puede llamar autobiográfico en toda su extensión, por lo menos lo parece, pues creo resume muchos de los sentimientos y pensamientos de la propia autora respecto a su exilio y respecto a “aquella isla” a la que ha tenido que dejar. He hecho una relectura de la novela, ya que la primera vez lo que más me gustó es que conjunta en una sola novela dos de mis ciudades favoritas, pero creo que no es una novela que de mucho juego para una segunda lectura. Es una novela, eso sí, fácil de leer, rápida y que quizá guste a aquellos que se sientan identificados con la protagonista, ya sea en su pasión por Proust, en su exilio, en su amor por las dos ciudades, o en ciertas neurosis que la hacen recluirse y sumirse en un autismo justo cuando parece haber encontrado algo, ya sea fama, reconocimiento, una profesión que le gusta, o un amor.

29 octubre, 2005

La polémica de Juan Marsé

Un pequeño comentario sobre lo acontecido en la última edición del Premio Planeta:
Juan Marsé dijo que las novelas eran malas y la ganadora se ofendió. Hubo algunas palabras entre ellos en la entrega del premio y todo mundo calificó a Marsé de aguafiestas. Lo cierto es que tiene razón; desde hace tiempo se viene diciendo que las novelas ganadoras del Premio Planeta no se caracterizan por su calidad literaria. Son esas cosas que todos pensamos y nadie decimos. Esta vez Juan Marsé cometió el pecado, decirlo en voz alta siendo uno de los jurados.
Yo estoy de acuerdo con Marsé (no porque sea uno de mis escritores favoritos), aunque cabría aquí también aclarar que pienso que las novelas ganadoras del premio Planeta son a veces muy malas, lo cual no quiere decir forzosamente que los escritores ganadores lo sean. Pero hay múltiples ejemplos; Lucía Etxebarría, Bryce Echenique, Maruja Torres....son escritores que tienen novelas superiores a la ganadora del premio. Claro, a esta le tendrán más cariño porque quién puede odiar 600,000 euros. Así quién va a decir que es mala. Sin embargo estoy convencida de que, si no son malas, por lo menos son mediocres, que está peor. Y que esos mismos escritores tienen mejores novelas, son mejores escritores que eso, y ya con una lana en el bolsillo, quizá hasta escriban mejor también en un futuro.
Para no ir más lejos: para mi gusto, la peor, o casi la peor novela del propio Juan Marsé, es La muchacha de las bragas de oro, Premio Planeta 1976.

Fortunata y Jacinta (Benito Pérez Galdós)

La trama de Fortunata y Jacinta es la de un verdadero culebrón: chico rico enamora a chica pobre, la deja embarazada para casarse con chica rica; la chica pobre pierde al hijo, se casa con un hombre bueno y en cuanto vuelve a ver al chico rico deja al chico pobre y vuelve una y otra vez a caer con el chico rico. Cuatro renglones son demasiado pocos para explicar una novela de dos mil y tantas páginas, pero en sí, la trama es tal cual. Sin embargo, la riqueza radica en la construcción de todos y cada uno de los personajes que pululan por la obra, los cuales son pincelados de una manera tan detallada que cobran vida propia; cada uno de ellos viene cargado con toda una historia a sus espaldas, su origen, su carácter, su forma de vestir, su casa, y sobre todo esto, su lenguaje. Son como una sala de un museo en donde vemos todos los retratos colgados y al entrar a la estancia componen un cuadro coral que cobra vida a través de las palabras.

La historia es la siguiente: Juanito Santa Cruz, inteligente, guapo, rico y golfo, hijo de un gran comerciante y una señora bien, (Don Baldomero y Doña Bárbarita) se encuentra por casualidad con Fortunata, una belleza “al natural” y con natural me refiero a sin educación, vulgar e ignorante, pero hermosa. El flechazo es mutuo, y Juanito sostiene con ella un apasionado romance del que nace un pequeño que al poco tiempo muere. Entretanto, los padres de El delfín (los apodos que Galdós pone a sus personajes son divertidísimos e irónicos) le arreglan un matrimonio que si no hubiera sido pactado, hubiera surgido espontáneamente; la afortunada es Jacinta, una buena y hermosa sobrina de Doña Bárbara que se crío prácticamente al lado de Juanito Santa Cruz y que reúne todas las virtudes que se pueden esperar de una chica de buena pero modesta familia. El matrimonio resulta un éxito, ya que Juanito y Jacinta se adoran, y ante todo, son tan sinceros el uno con el otro que él le cuenta sus calaveradas y ella se las perdona y hasta lo entiende. Así comienzan las cosas. Sin embargo, todo se tuerce por las continuas infidelidades de El delfín y se agravan por la incapacidad de su esposa para tener hijos.

Esta novela es un catálogo de personajes, algunos de ellos entrañables, a saber, y muy principalmente, el de Mauricia La Dura, un alma perdida en los vapores etílicos, violenta y machorra, que se convierte en la mejor amiga de Fortunata. También está don Evaristo Feijoo, gran hombre, protector y mejor amigo de Fortunata. Yo rescataría también a Doña Lupe La de los Pavos, usurera y dominante tía política de la ya mencionada. Del lado de los ricos, la más rescatable, aparte de la propia Jacinta (la mona del cielo, como le llama Fortunata), alma buena donde las haya, es doña Guillermina Pacheco la rata eclesiástica, santa mujer que se preocupa por mantener el decoro material y espiritual de todos sus protegidos, que son muchos.

La historia está estructurada también al estilo culebrón, ya que cada una de las partes terminan en lo más emocionante del momento, y la siguiente inicia con otra vida, otra historia, otra mirada, otro personaje, y así, se van hilando y entremezclando todas las historias.

Hay muchas referencias a la vida política y social del país, pero Galdós no se detiene, no hace paréntesis ni puntos y aparte, sino que refiere por medio de los personajes, por medio de charlas, tertulias, reuniones y amistades, y así nos mantiene al tanto de la actualidad. Así mismo, los cuadros costumbristas del Madrid del siglo XIX también están retratados al detalle, pero siempre como parte de la escena, del momento que vive el personaje, forman parte esencial del momento y el lugar en que están sucediendo las cosas.

Para hablar de Fortunata y Jacinta se necesitan muchas páginas, hay mucha tela de donde cortar, sin embargo, me quedo con los fabulosos y detallados retratos de sus personajes, sus divertidísimas escenas, el sentido del humor y la ironía, y sobre todo, con las heroínas; la mona del cielo (Jacinta) y la prójima (Fortunata), dos personas opuestas unidas por un mismo hombre, un maravilloso y perfecto hombre, si no fuera por su falta de escrúpulos, y sin darle más vuelta, por su cinismo y golfería. Lo que acá llaman un chulo, vamos.

La casa de la Alegría (Edith Warthon)

Lily Bart es una hermosa huérfana que espera que su belleza y exquisitas maneras le recompensen con un marido bueno y rico. Sin embargo, a pesar de que los hombres más ricos de la sociedad neoyorkina en la que se mueve Lily son capaces de matar y morir por ella, su indecisión, (y por qué no decirlo, una dignidad poco entendida) la hacen tropezar a cada momento, generando a su paso rumores maledicientes, intrigas y fracasos en sus esperanzas de conseguir sus propósitos. Conforme baja poco a poco los escalones de su nivel social, en lugar de subirlos como se esperaba de su belleza y sus modales, Lily comienza a darse cuenta que esa belleza y esos modales no son suficientes para lograr sus objetivos. La búsqueda de la perfección a su alrededor, tanto en ambiente, momentos, y formas, chocan de frente con las frías y cínicas maquinaciones de sus amigas. Lily Bart parece vivir en un mundo irreal y hermoso, sincero e incólume que no tiene nada que ver con las intrigas cotidianas de su círculo social. Las virtudes de Lily Bart se convierten entonces en sus enemigas más acérrimas; una mujer que cree tener todas las armas en la mano termina por darse cuenta de que su belleza y delicadeza no son suficientes para mantenerla en pie. Sin embargo, su pérdida de inocencia, causada por los duros golpes que va recibiendo, llega demasiado tarde: Lily Bart no puede salir ya de ese torbellino que la atropella, tampoco puede levantarse, no puede aspirar a vivir en la verdad, pero tampoco puede ya aspirar a vivir en la opulencia. Y asi, el trecho se va cercando poco a poco a la protagonista, llevandola a la tragedia inevitable.

Por cierto, todavía no sé porque la novela tiene ese título, “la casa de la alegría”. Luego de mucho pensarlo, supuse que se debía a los casinos y al bridge, pero aún cuando la protagonista tiene cierta tendencia ludópata, no me queda muy claro que eso sea el eje central de sus vicisitudes. Si me pongo a pensar, por ejemplo, en Dostoievski y El jugador, o 24 horas en la vida de una mujer, de Stefan Zweig, me doy cuenta que el retrato de Lily Bart o no se corresponde con el de una jugadora, o simplemente se trató de suavizar. No sé realmente si está malogrado el personaje en ese aspecto, pero la critica total y feroz de Edith Warthon hacia la sociedad neoyorquina de finales de siglo XIX es por lo menos, interesante, ya que, como vimos en La edad de la inocencia, Warthon no se conforma con describirla minuciosamente, sino se empeña en demostrar que la hipocresía y la doble moral de la sociedad termina por ser un arma en contra de los individuos y de su felicidad personal.

El paciente inglés (Michael Ondaatje)

Es la historia de cuatro personas muy distintas entre sí, aisladas del mundo en una vieja y destruida finca, a finales de la segunda guerra mundial. Hana, una joven enfermera empeñada en cuidar a un misterioso hombre prácticamente calcinado, un zarpador en su interminable búsqueda de bombas, y de un sentido de la vida, de la guerra; y un ladrón que es una especie de padre adoptivo de Hana. La historia, sin embargo, parece desarrollarse muy lejos de esa casa perdida al norte de Italia, se traslada constantemente al desierto, es en África donde parece que se pueden encontrar respuestas sobre la identidad del paciente que dice ser inglés. Las descripciones del desierto son poéticas, minuciosas, así como las escenas que describen el trabajo del hindú Kip, el zapador siempre viviendo al límite, siempre pensando que queda sólo un segundo para volar por los aires.

A diferencia de la película, la historia de amor entre el paciente y Catherine no parece ser el punto crucial de esta novela, que se centra mucho más tanto en la personalidad como en los sentimientos del Kip, lo cual sirve, para mi gusto, como pretexto del autor para establecer las diferencias entre Oriente y Occidente, y con ello, entre la paz y la guerra.
Por lo general, los libros que leo me parecen mucho mejores que sus películas, y en algunas contadas excepciones, me emociona descubrir que la película está exactamente a la altura del libro y que ambas son dos obras de arte comunicantes pero independientes (ya escribiré sobre algunas de ellas) que pueden gustar por igual, o gustar una más que la otra, pero que ambas tienen la relación de calidad suficiente como para hacerte adicto a ambas. Sin embargo, por primera vez, me enfrenté a un libro que parece mucho menor que la película que surgió de él. Un libro prescindible, para una película única, preciosa e imprescindible.
Aún así, me llegué a encariñar con Kip.